domingo, 22 de noviembre de 2009

Asociacion Ilicita IV

"...es así...laburas y estudias, hasta quedar quemado, física, mental y emocionalmente, le provees al sistema lo mejor que tu talento y energía pueda dar, despues llegás a los cuarenta, la boca del embudo se empieza a hacer mas y mas angosta, hasta que un día te percatas que te quedaste afuera...ahí es cuando por sobrevivencia, empezas a barajar opciones como agarrar un empleo que no requiera preparación especifica o sencillamente pegarte un tiro...total de cualquier manera terminas resentido...", mis optimistas pensamientos de obrero con aires de pequeño burgues se vieron interrumpidos por la llegada del subte que pasa por Tribunales a las dieciseis treinta y siete, con destino a Congreso de Tucuman, el pasaje bajó e intespestivamente se hizo dueño del andén, alguno que otro parecía empaticamente resignado a coincidir con mis pensamientos anteriores, el grueso o la mayoría, con el desagradable orgullo de los pobres triunfos, circulaba frente a mi, en un eclectico desfile de suficiencia urbana. Una mueca de repugnacia me fue imposible de evitar, aunque debo admitir que tambien me distraje con una que otra minifalda. Me quedaba esperar el tren con sentido hacía Catedral. Mas allá de lo anecdotico de la situación, mi atención se perfiló sobre un señor alto, tenía mas de cuarenta, y caminaba "con el desagradable orgullo de los pobres triunfos", sería por eso que me detuve sobre este tipo, no vestía precisamente un Armani, pero su atuendo combinado con cierto aire aristocratico, me permitía ver su indumentaria como un todo, el tipo estaba muy bien empilchado hay que admitirlo. Pese a su pertenencia ineludible al grupo de los cuarenta a cincuenta, el tipo despedía una natural jovialidad, un ascendiente cauto y sereno, y a la vez experimentado.
-A este no le fue tan mal...podría ser yo dentro de unos años- pensé. La locuacidad de mi sarcasmo me hizo vibrar en mi fuero interno.
Como en una serie de diapositivas. Lo siguiente que recuerdo, es como la bronceada tez de su rostro, proyectaba una expresión de horror, cuando dos sombras bajaron, una por cada una, de las escaleras mecanicas que tiene la estación. Parado a un costado del espejo grande que se encuentra en la punta del andén, pude percatarme hasta de mi propia sorpresa.
-El espejo no miente...-pensé de inmediato.
Erán mis actores favoritos en la pelicula de lo que se perfilaba como "mi nueva vida". Creo que envejecía o rejuvenecía diez años cada vez que los veía mandandose sus macanas de jugadores de ping pong.
-Cagaste...- dijé entre dientes.
-Ay ay ay, pero si es el viejo bufarra...como anda el viejo bufarreta...?- Empezó su coloquio James.
-No tenes idea vos eh...no tenes idea...-Continuaba Ciro, con sus patoteriles salamanerías.
A menos que Ciro y James, entre sus muchas disfuncionalidades se contaran las alucionaciones compartidas, parecía bastante claro que conocían al cuarentón. La actitud que este hombre tomó, daba cuenta también de ello.
El rush de adrenalina que me fluía al presenciar esta clase de tergiverzaciónes del concepto de "sociedad civilizada", probablemente fue el culpable de que, en ese momento, no me haya detenido a reflexionar sobre que clase de vínculo unía a Ciro y James con esta persona. Lo cierto es que lo habían llamado "bufarra". Algo que a las claras, podía interpretarse como un oscuro pasado donde la pedofilia y el abuso sexual, funcionara como el relojito que marca el ritmo de las miserias de una u otra parte, para siempre, como siempre.
Alineados, como en una blitzkrieg humana, los jugadores de ping pong avanzaban, el, hipnotizado por su inminente fin, permaneció firme, su piel ya no contaba con el brillo de su bronceado natural y saludable, mas bien adquiría una tonalidad seca, artificial, como una porcelana herrumbrada en el fondo de un oceano de abrumadora realidad.
Se acercaban.
-No se te ocurra hacer nada...hijo de puta- Decía James.
-Tampoco vayas a saltar a las vías imbecil.- Ciro, lo acompañaba. Tratando de manipular habilmente a su resignada presa.
Los dos, hace rato, habían desenfundado, los mangos de sus paletas de ping pong, donde escondían esas hermosas, plateadas, brillantes puntas, ya eran una extensión de sus manitos blancas.
Tan rapido se acercaban que a su paso parecía trazarse una linea cinetica. El punto impropio de esa línea era el cuarentón. Varias "X" marcadas en su vientre por las beligerantes puntas de Ciro y James darían cuenta de esto segundos mas tarde.
Ciro y James rajaron. Y acto seguido, algunas almas comenzaron a apersonarse, una a una expresaban cierto nivel de shock. El ejemplo mas claro fue el de una chica, una de esas que no hace falta detenerse mucho tiempo para inferirles el perfil, de madre primeriza, de putita fina de buen barrio, que se casa y tiene un hijo con el primer incauto motorizado que encuentra a su paso. Esta chica aparentemente no estaba preparada para el espectaculo que encontraría en el andén. Puesto que, mientras se acercaba, empujando el carrito de su bebé, fue tal su reacción que soltó el mismo. El carrito, a velocidad indefinida, comenzó a recorrer la escalera de la estación Tribunales. "El acorazado Potemkin", "Ciudadano Kane" o "Los intocables", no creo que hubieran podido preanunciar esta escena, donde un bebé con su carrito caían, como relatando el incierto destino de la naturaleza humana, hacia su propio infierno. El carrito rebotó una o dos veces al terminar de recorrer la escalera. Nadie, quizas por la inconsiente morbosidad de la que todos somos coparticipes, aún mas cuando integramos una masa, atinó a intentar nada. Evitar el destino de esta recien formada existencia no era una opción.
El carrito se volcó justo sobre el borde del andén, y el niño cayó directamente sobre lo que en apariencia era un panel de control electrico, el cual a raíz del impacto, comenzó a emitir una mezcla de radiación magnetica del cual esta nueva, pequeña victima, fue el siniestro objetivo directo. El niño inerte, ante el estupor de su madre permanecía, fragmentado y oscuro sobre las vías, aún cuando me fuí, optando por tomarme un taxi. Pensando en ese “incierto destino de la naturaleza humana” que había percibido en esas peliculas viejas.

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